El pabellón n.º 6 by Antón Chéjov

El pabellón n.º 6 by Antón Chéjov

autor:Antón Chéjov [Chéjov, Antón]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1892-01-01T00:00:00+00:00


X

Iván Dmítrich estaba en la cama, en la misma postura que el día anterior, tapándose la cabeza con las manos y con los pies encogidos. No se le veía la cara.

—Muy buenas, querido amigo —dijo Andrei Efímych—. ¿Duerme?

—Para empezar, no soy su amigo —dijo Iván Dmítrich a la almohada—, y además, se esfuerza inútilmente; de mí no conseguirá ni una sola palabra.

—Es extraño… —murmuró confuso el doctor—. Ayer estuvimos charlando tan pacíficamente, y de improviso se ofendió usted por algo y al instante cortó… Quizá haya dicho algo inconveniente, o, a lo mejor, expuse una idea que no coincidía con sus convicciones…

—¡Sí, hombre, sí, qué le voy a creer! —dijo Iván Dmítrich incorporándose y mirando al doctor, irónico y alarmado—. Puede irse a espiar a otra parte, aquí no tiene nada que hacer. Ya ayer comprendí por qué vino aquí.

—¡Extraña fantasía! —sonrió el doctor—. ¿O sea, que usted piensa que yo soy un espía?

—Sí, supongo que… Un espía o un médico que quiere sonsacarme, da lo mismo.

—¡Perdóneme… pero de verdad que está chiflado!

El médico se sentó en un banco junto a la cama y movió la cabeza a modo de reproche.

—Bueno, admitamos que tiene usted razón —dijo—. Supongamos que pérfidamente intento tirarle de la lengua para entregarle a la Policía. Así que le arrestarán y le llevarán a juicio. ¿Pero acaso en el juicio o en la cárcel estará peor que aquí? Y si lo deportaran o lo enviaran a trabajos forzados ¿acaso sería peor que estar en este pabellón? Mucho me temo que no… Entonces, ¿de qué puede tener miedo?

Al parecer estas palabras surtieron efecto en Iván Dmítrich, que se sentó más tranquilo.

Eran más de las cuatro de la tarde, momento en que Andrei Efímych acostumbraba a pasear por las habitaciones y Dáriushka le preguntaba si no era hora ya de tomarse la cerveza. En el patio el día era tranquilo y claro.

—Después de comer he salido a dar un paseo y, como puede ver, me he decidido a pasar por aquí —dijo el doctor—. De verdad parece que sea primavera.

—¿En qué mes estamos? ¿marzo? —preguntó Iván Dmítrich.

—Sí, a finales de marzo.

—¿Hay barro afuera?

—No, no mucho. En el jardín ya hay senderos.

—Estaría bien pasearse en coche por algún sitio fuera de la ciudad —dijo Iván Dmítrich, frotándose los ojos irritados, como si estuviera medio dormido—, después volver a casa a un cuarto caliente, cómodo, y… curarse con un buen médico de este dolor de cabeza… Hace ya mucho tiempo que no vivo como las personas. ¡Esto es un asco! ¡Un asco inaguantable!

Después de la excitación del día anterior estaba agotado e indolente, hablaba con desgana. Los dedos le temblaban y por la expresión de su cara se podía ver que le dolía mucho la cabeza.

—Entre un cuarto caliente y cómodo y este pabellón no hay diferencia alguna —dijo Andrei Efímych—. La paz y la satisfacción del hombre no están fuera de él, sino en él mismo.

—¿Qué quiere decir?

—El hombre vulgar espera que el bien y el mal le lleguen desde fuera, es decir del coche y del cuarto, pero el pensador los busca en sí mismo.



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